La humanidad enfrenta una dinámica compleja de la que México no está exento; es decir, el regreso a una “nueva normalidad” en la que persiste el virus SARS-CoV-2, las consecuencias del conflicto bélico entre Rusia –importante industrial y exportador mundial de fertilizantes– y Ucrania –uno de los principales productores de cereales del planeta– lo que motiva incremento en los costos de los insumos agroindustriales y, en consecuencia, impacto en los precios de los alimentos.
Lo anterior de acuerdo con el especialista del Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc) de la UNAM, Uberto Salgado Nieto, quien argumenta que esta situación repercute en los bolsillos de la población, en particular de aquellos que menos tienen.
Se trata de aumento en el valor de los productos alimenticios que no se habían visto en los últimos 21 años, además de la disminución en la cantidad y calidad de los insumos de estos, apunta el economista.
En México la cuestión alimentaria es un fenómeno complejo, porque coexisten problemas de países subdesarrollados con aquellos del primer mundo. Por ejemplo, a la par que tenemos elevados niveles de desnutrición y falta de acceso a comida, también vemos que ocupamos uno de los primeros lugares en términos de obesidad y diabetes.
Con base en datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), refiere Salgado Nieto, aproximadamente 3.7 por ciento de la población mexicana vive inseguridad alimentaria severa, pero si se añade la disminución en la cantidad y calidad, la cifra aumenta a 26 por ciento. “Es decir, casi una cuarta parte de la población –33 millones de personas, en promedio– enfrenta algún nivel de inseguridad alimentaria por el aumento de precios en los víveres”.
A ello se suman los niveles de desigualdad y pobreza que se viven en nuestra nación, aunque durante la pandemia los programas de apoyo social fueron fundamentales y evitaron que se dispararan los niveles de pobreza, acota el universitario.
Sin embargo, “todavía tenemos una cifra importante de mexicanos que viven en esa condición: alrededor del 46 por ciento de la población mexicana, según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, situación que los hace altamente vulnerables a estos impactos globales del aumento de precios en los alimentos”, recalca el especialista.
Época complicada
En ocasión del Día Mundial de la Alimentación -que se conmemora el 16 de octubre-, Salgado Nieto señala que este panorama muestra la complejidad del escenario, en un momento en que nos estamos adaptando a esta “nueva normalidad”.
Este contexto nos permite observar que si bien 2020, cuando se dieron las mayores afectaciones a la economía por las restricciones a la movilidad, se vislumbraba como un año complicado, 2022, con todo este escenario global que vivimos, se percibe como una época complicada para hablar de seguridad alimentaria a nivel mundial y en México.
Aunado a ello, si la economía de Estados Unidos entrara en un proceso de recesión, claramente nuestro país sufriría un efecto de contagio, lo que profundizaría el problema de inseguridad alimentaria, precisamente por la pérdida de salarios. “Bajo ese contexto, la vía de la recuperación económica sería más complicada y severa de lo que hoy vivimos. De hecho, habría que profundizar las políticas públicas del gobierno actual y echar mano de una estrategia económica distinta a la actual, orientada a impulsar el crecimiento económico de una manera más acelerada”.
El experto resalta que el paquete de medidas contra la inflación y la carestía establecido por el actual gobierno busca otorgar exenciones a la importación de cereales básicos como el maíz, alimento base en la dieta de los mexicanos, a fin de evitar una escalada inflacionaria provocada de manera interna por la insuficiencia en su producción nacional para cubrir la demanda.
Asimismo, se busca generar acuerdos con empresas productoras de harina de maíz para controlar la elevación en el precio de la tortilla y fríjol.
Salgado Nieto plantea que es importante avanzar en las negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania, para revertir el proceso inflacionario que genera un efecto dominó con afectaciones a la economía global.
Decremento en la salud
Indica que la FAO manifiesta que el nivel de producción actual de alimentos en el orbe es suficiente para terminar con la hambruna mundial. Sin embargo, el problema es la distribución y acceso a estos. Es decir, existe un sector de la población que, por las condiciones estructurales de la economía como pobreza y desigualdad, está limitado para contar con ellos, situación que también contribuye a mayor desnutrición de estas personas.
De hecho, prosigue, cifras del boletín epidemiológico de 2021 emitido por la Secretaría de Salud, los niveles de desnutrición leve en la población mexicana se incrementaron con respecto a 2020, en 18.8 por ciento. Lo anterior significa que casi una quinta parte padeció esa carencia de 2020 a 2021. En cuanto a la desnutrición grave o extrema, se incrementó en 10.3 por ciento en ese lapso.
En el documento se indica también que esos datos pueden ser incluso superiores, porque los porcentajes están subestimados ya que solo se consideró a la sociedad que acude a los centros de salud.
Entonces, como resultado de la pandemia, la pérdida de empleo, la falta de ingresos que padecíamos a partir de 2020 y ahora estos procesos inflacionarios, limitan cada vez más la posibilidad de adquirir comestibles lo que se muestra en mayores niveles de desnutrición de la población mexicana.
Datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares de 2020 señalan que cerca de 47 por ciento de los hogares mexicanos manifestaron preocupación, porque los alimentos no fueran suficientes para la familia. De hecho, 12.7 por ciento se quedaron sin comida por falta de ingresos, apunta Uberto Salgado.
Ante este panorama complicado para México y el resto del mundo -afirma el entrevistado- sería imposible alcanzar la meta propuesta por la FAO de poner fin al hambre en 2030. Por lo anterior, este organismo internacional debería impulsar una política solidaria (como ocurrió con el mecanismo Covax para garantizar que todas las personas del planeta tengan acceso a las vacunas COVID-19), en apoyo a las poblaciones que menos tienen, sobre todo de África, severamente afectada por los estragos del cambio climático que provoca importantes pérdidas de cosechas.
Comenta que la alimentación es la base de cualquier sistema económico, porque es el insumo principal de la fuerza de trabajo, la cual mueve al sistema económico. Por ello es importante que las personas puedan acceder a una alimentación sana y de calidad, porque es un derecho fundamental de cualquier ser humano.
El Día Mundial de la Alimentación -que se conmemora el 16 de octubre- es una fecha para recordar la importancia de comer de manera saludable y balanceada, en favor de la salud de los individuos. “Una persona bien alimentada y sana puede absorber de mejor manera los conocimientos”, asevera.
La efeméride fue proclamada en 1979 por la FAO con la finalidad de concientizar a los pueblos del planeta sobre el problema alimentario mundial, y fortalecer la solidaridad en la lucha contra el hambre, la desnutrición y la pobreza. El día coincide con la fecha de la fundación de ese organismo internacional en 1945.
Nuevos escenarios
A propósito de esta conmemoración, el IIEc celebrará, del 25 al 27 de octubre, la 42 edición del Seminario de Economía Agrícola, una de las actividades académicas de mayor tradición en la entidad universitaria, cuyo propósito es realizar un balance del contexto de la seguridad alimentaria en México en este escenario pospandemia y los problemas estructurales del sector agroalimentario que estaban antes de la crisis sanitaria y que siguen sin resolverse.
El encuentro se efectuará en formato híbrido. El propósito es que se constituya en un foro de discusión para analizar los alcances y consecuencias de los nuevos escenarios y las repercusiones que pudiera tener el incremento de precio de los insumos, por ejemplo, para los pequeños, medianos y grandes productores mexicanos, además de las posibles consecuencias de la inflación para la industria de los alimentos chatarra y ultraprocesados.