La reelección de Nayib Bukele como presidente de El Salvador no se debe exclusivamente a sí mismo, sino que confluyeron diversas condiciones, entre ellas una clase política viciada –empresarios, autoridades, ejército–, la sociedad precarizada y victimizada, además del descrédito de la democracia, explicó la especialista del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la UNAM, Eva Orduña Trujillo. Si ninguna de esas circunstancias se hubieran presentado la situación sería diferente, añadió la universitaria al participar en la charla Elecciones presidenciales en El Salvador, organizada por el Seminario Permanente de Análisis Político de América Latina y el Caribe “Eduardo Ruiz Contardo”, del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM. En el encuentro académico, desarrollado en formato híbrido, destacó que el mandatario encontró respaldo en una sociedad que buscaba ponerse a salvo de la violencia estructural por parte de las maras o pandillas juveniles, “un cáncer” real, que hacía que viviera aterrada: “niñas y niños reclutados, desapariciones, violaciones sexuales, extorsiones sistemáticas y constantes, pero también la afectación económica. Aunque continuará siendo pobre, así como fallas a la democracia y a la Constitución, votó por él porque “les prometieron que en un segundo periodo esta situación de la economía y de violencia se solucionarán”. Es incuestionable el soporte abrumador y sincero de los electores, una concentración del poder que también le permite la reelección con la participación de los magistrados del tribunal electoral, quienes también realizan una interpretación completamente a modo para “legalizarla”. Jorge Arturo González Ruíz, doctorante del Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos (PPEL) de la UNAM, destacó por su parte que la plataforma de Bukele es esencialmente populista, enmarca su movimiento como una misión histórica para devolver el poder político al pueblo y arrebatarle el control del gobierno a una élite corrupta constituida por los partidos tradicionales a los que llama “los mismos de siempre”. Es decir, “tiene enmarcado el mismo manual de dictador en el que prácticamente una persona ofrece una solución inmediata ante una crisis que permea en el país, además de prometer la posibilidad de hacer un sentido de comunidad, lo cual le genera fuertes seguidores. Sin embargo, históricamente se han visto consecuencias negativas”. Bukele ha establecido leyes a modo que han facilitado su reelección. En tanto, Salvador Recinos, estudiante del PPEL, indicó que se trata de un fenómeno complejo e interesante para la academia latinoamericana y mexicana. Expuso que en las recientes elecciones también estuvieron en juego 60 diputaciones que hoy son parte de la Asamblea Legislativa. Se comenta que el presidente salvadoreño y el grupo económico y político que controlan el aparato de Estado desmantela la democracia; sin embargo, desde mi punto de vista debemos cuestionarnos de qué democracia hablamos en El Salvador. Nos referimos a un sistema fundamentado, efectivamente, en mecanismos liberales representativos y a partir de ahí este planteamiento puede dar luces de una democracia burguesa que sigue manteniendo rasgos oligárquicos. La Constitución que desconoce Nayib Bukele fue redactada por la derecha en 1983.