El Espacio Escultórico de Ciudad Universitaria ha sido definido como una obra monumental y transitable que permite pensar, desde lo formal, una diferente lectura de la escultura en México. Quienes lo visitan experimentan las diversas sensaciones que genera esta propuesta artística ubicada en la Reserva Ecológica de la UNAM, al sur de la Ciudad de México.
Se trata de uno de los símbolos de la identidad universitaria desarrollado por un grupo de seis artistas pertenecientes al movimiento del Arte Abstracto y Geométrico: Helen Escobedo, Hersúa, Sebastián, Federico Silva, Manuel Felguérez y Mathias Goeritz; fue inaugurado hace 44 años, el 23 de abril de 1979.
En opinión de la historiadora del Arte, Rita Eder, es una expresión artística perteneciente a la corriente land art o arte ambiental o ecológico, propuesta que coloca una estructura simbólica dentro de un paisaje natural para su conservación, como ocurrió con la lava petrificada del volcán Xitle que se encuentra al centro del Espacio Escultural (obra monumental).
La investigadora mexicana, académica del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, indica que se trata de una obra de arte público –edificada en el Centro Cultural Universitario– constituida por un gran círculo de 120 metros de diámetro y conformada por 34 prismas triangulares, los cuales, a su vez, se ubican sobre una base anular de piedra que contiene al centro “un mar de lava”.
Según la investigadora, “fue una propuesta creativa cuya función se discutió. Se pensó, por ejemplo, que podrían hacerse pequeños museos en cada uno de esos módulos. Sin embargo, el crítico de arte, escritor y poeta guatemalteco, Luis Cardoza y Aragón, sugirió que se dejará así, pues esa era la propuesta estética: el fuerte contraste entre las grandes y limpias estructuras triangulares que cercaban la lava, recurso que destacaba aún más el carácter expresivo de esta formación natural”.
Lo curioso es que la función del lugar se la otorgó el público asistente; ahí se realizaron una serie de conciertos y diversas propuestas teatrales y culturales que lo hicieron un área de reunión importante, en particular para la juventud de Ciudad Universitaria, subraya.
La especialista universitaria considera que una obra como esta, inmersa en una urbe como la capital mexicana, tiene la funcionalidad propuesta originalmente por la escultora mexicana Helen Escobedo: “dejar una especie de reserva natural dentro de la urbe, una especie de pronunciamiento sobre la necesidad de conservar áreas sin ser interferidas por otras construcciones”.
Cuando se proyectó, se pensó en un arte de la tierra, ecológico. Ya habían surgido varias propuestas en esa línea como el “Spiral Jetty”, la gigantesca escultura de Robert Smithson en Salt Lake City, y obras del británico Richard Long, entre varias más que propusieron la impronta de lo artístico sobre territorios naturales, menciona.
La Universidad Nacional siempre ha tenido un programa artístico en sus espacios públicos exteriores e interiores, y “ha dado cabida a una pluralidad de artistas y expresiones diferentes. Cuando se inauguró el Espacio Escultórico, en abril de 1979, vimos una propuesta escultórica diferente. Por ello lleva ese nombre, porque al colocarlo en ese terreno brinda una sensación de ambiente abierto que se relaciona con el paisaje, con la lava y lo que existe a su alrededor”, refiere la investigadora universitaria.
Había el antecedente de La Ruta de la Amistad, una serie de esculturas monumentales a cargo de artistas internacionales como Herbert Bayer y Gonzalo Fonseca; México fue representado por las obras de dos mujeres: Helen Escobedo y Ángela Gurría, diseñadas y construidas al sur de la Ciudad de México conformando un corredor escultórico a lo largo de 17 kilómetros de longitud, precisa.
En su momento, tanto el Espacio Escultórico como la Ruta de la Amistad marcaron la transformación de la escultura en México, la cual se distinguió, sobre todo, en la primera mitad del siglo XX, por los monumentos dedicados a los héroes. El libro, coordinado por Helen Escobedo y Paulo Gori: Monumentos Mexicanos de las Estatuas de Sol y Piedra (1992), da cuenta de este tipo de escultura pública dominante en nuestro país, señala la investigadora emérita.
El Espacio Escultórico fue una propuesta –por sus formas abstracto/geométricas– que liberaba a la escultura pública en México de su función de corte oficial y conmemorativa. Puede decirse que la Universidad, al dejar actuar a seis escultores que exploraban nuevos modos de abstracción, contribuyó a un cambio de modelo en el terreno del arte público, asevera Rita Eder.
Además, está constituido por obras individuales de grande formato de cada uno de los artistas que lo crearon, que forman el denominado Paseo de las Esculturas: Las Serpientes del Pedregal y Ocho Conejos, de Federico Silva; Ave Dos, de Hersúa; Coatl, de Helen Escobedo; Colotl, de Sebastián; Corona del Pedregal, de Mathias Goeritz; y Variante de la Llave de Kepler, de Manuel Felguérez.
La especialista recuerda que, a partir de su origen, la Universidad Nacional promueve, fomenta y protege el arte en sus diversas manifestaciones, otorgando a la pintura y a la escultura un sitio importante en la construcción de las edificaciones que conforman Ciudad Universitaria.
Aunque la zona sur de la Ciudad de México ha crecido considerablemente, el objetivo del Espacio Escultórico es resguardar un área natural donde se aprecien todos los elementos: el horizonte, la lava y el paisaje que, además, es parte de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel, que resguarda Ciudad Universitaria. “Hay que cuidarlo, más de lo que se ha hecho”, asegura.
El Espacio Escultórico, una de las obras de arte público más importantes de América Latina que forma parte del patrimonio de la Universidad Nacional, se ubica en el Centro Cultural Universitario, en Ciudad Universitaria, al sur de la Ciudad de México.