De acuerdo con datos de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, aproximadamente 40 por ciento del territorio de México tiene algún grado de erosión, la cual causa degradación de los suelos y se vincula a zonas de intensa deforestación con fines agrícolas o ganaderos, o cambios de uso de suelo; se trata de un gran problema, alertó el investigador del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM, Osvaldo Franco Ramos.
Entre más suelos “desnudos” hay, disminuye su fertilidad y se corre el riesgo de no contar con suficientes tierras con potencial agrícola para abastecer a la población de alimentos. Ese déficit puede ocasionar otros problemas sociales, como migración, además podría estar emanando mayor cantidad de dióxido de carbono a la atmósfera, lo cual repercutiría en el incremento de la temperatura global, expuso.
Para estudiar el fenómeno, un equipo interinstitucional de científicos liderados por el universitario emplea un método pionero en nuestro país: el uso de raíces expuestas de árboles, mediante el cual determinaron que en los dos sitios de estudio, Paricutín, Michoacán; y Huasca, Hidalgo, se registran tasas de erosión relativamente altas comparadas con otros lugares, de hasta 60 centímetros por año, y de hasta 80 centímetros, respectivamente.
En el caso hidalguense, resaltó el experto, parece que en los últimos años la erosión es más acelerada, y “eso quizá tiene que ver con cambios climáticos, con lluvias más intensas en la zona”.
Definió a la erosión como un proceso geomorfológico, en el cual los materiales intemperizados (rocas alteradas por procesos físicos o químicos) son separados y transportados a otros sitios por diferentes agentes: agua, viento, hielo, olas (en ambientes costeros), organismos y el ser humano.
Los principales tipos son: hídrica (agua), eólica (viento), glacial (hielo), marina (oleaje), antrópica (destrucción de la vegetación natural) y gravitacional (deslizamientos de tierra).
Resultados
Las raíces de los árboles, resaltó el doctor en Geografía por la UNAM, permiten estudiar la tasa de erosión hasta en cientos de años. “Ahí comenzó la motivación de aplicar este método en nuestro país, con especies mexicanas, para tener un conocimiento más amplio en el tiempo y no sólo acotado a los últimos 10 o 20 años, como se ha hecho hasta ahora”, y conocer a qué ritmo se degrada un sitio.
Empezamos a usarlo en dos lugares volcánicos del centro de México: uno relativamente reciente como son los depósitos del Paricutín, y otro geomorfológicamente más antiguo con diferente grado de erosión, como el caso de Huasca. De este modo se compararon los resultados, resaltó el universitario.
La investigación inició de la colaboración con expertos que han estudiado el fenómeno en Europa, a partir de métodos dendrogeomorfológicos, es decir, de la formación de anillos anuales en los troncos y raíces que son sensibles a los cambios climáticos. Es la primera de su tipo en nuestro país y comenzó en 2019.
Las raíces expuestas son ocasionadas por la erosión hídrica (laminar y/o concentrada), dijo Franco Ramos, y es posible estudiar y determinar con precisión en qué momento quedaron descubiertas.
En Paricutín, abundó, se analizó una especie de pino llamada Pinus pseudostrobus¸ mientras que en Huasca se estudiaron dos: Juniperus deppeana y Pinus patula. Se eligieron porque son las que dominan en cada zona, tienen potencial dendrogeomorfológico y permiten efectuar dataciones con precisión anual o subanual.
En específico, es posible conocer el origen y dinámica de la erosión concentrada (generada por escorrentía lineal, que llega a formar surcos o cárcavas de hasta varios metros de profundidad) y laminar (o escorrentía difusa en superficie por láminas de agua, en especial terrenos inclinados), las cuales forman parte de la erosión hídrica.
Como parte de los estudios de dendrogeomorfología, “identificamos las raíces vivas que están expuestas por erosión laminar o concentrada, para luego hacer un muestreo y diferentes cortes de secciones transversales, en posiciones diversas a lo largo de la raíz, para saber cómo se fue ensanchando la cárcava”.
En el laboratorio, las muestras se dividen en: análisis macroscópico, para su fechamiento y medición; “ahí vemos en qué momento la raíz tuvo un disturbio, una especie de anomalía que sugiere que entró en estrés por las condiciones ambientales”.
Y microscópico, en el cual se miden las células, diámetro y grosor de sus paredes, etcétera, para graficar esas mediciones, ver cambios abruptos en el tiempo y determinar en qué momento se expuso la raíz.
El fechamiento es preciso, no solo anual, incluso es posible saber la estación del año en la que la raíz fue expuesta. A partir de esos datos, también se puede reconstruir la evolución de una cárcava -concavidad formada por la erosión de las corrientes de agua- cuándo se comenzó a formar, a qué ritmo crece, etcétera y, por supuesto, las tasas de erosión en algún sitio, ladera, y también de toda una cuenca.
Esos datos se relacionan con variables ambientales, en particular precipitación, para precisar si el origen fue una lluvia torrencial, o el cambio de uso de suelo, por ejemplo. Los estudios se apoyan con vuelos de dron para elaborar modelos digitales de terreno en diferentes fechas y comparar cambios topográficos en el tiempo a corto plazo.
Además de las tasas de erosión descubiertas, los científicos encontraron que las especies mexicanas analizadas son sensibles a la erosión a nivel microscópico. “Identificamos que cuando la raíz ya está muy cerca de la superficie, a pocos centímetros, comienza a tener un cambio anatómico, en la configuración celular”, acotó.
Y a nivel macroscópico identificamos una excentricidad importante: cuando la raíz está enterrada tiene anillos concéntricos, pero al estar cerca de la superficie genera anillos excéntricos, más alargados hacia un lado. “Ese es otro de los principales disturbios que encontramos en las tres especies estudiadas, y que coincide con lo reportado para más especies en otros ambientes geomorfológicos”, indicó.
En el caso del Paricutín, se detectó que a partir de 2007 y 2008 comenzaron a conformarse nuevas cárcavas en la zona. Mientras que en Huasca, la evolución de esas estructuras era más lenta, de aproximadamente 40 centímetros al año, de acuerdo con imágenes del área de inicios de la década de 1980, en comparación con lo detectado en vuelos con dron en los últimos tres años (80 centímetros al año). “Este puede ser un dato importante que sugeriría que en los últimos años la erosión es más acelerada”.
Osvaldo Franco refirió que este conocimiento se puede emplear en diversas partes de México donde exista una problemática importante de erosión y árboles con anillos anuales para ser fechados; por ejemplo, el centro de México o las partes altas de las sierras madres.
Estos estudios también son de utilidad para determinar políticas públicas y tomar decisiones. Junto con el uso de otras técnicas geoespaciales como Sistemas de Información Geográfica y ecuaciones, se puede tener una visión más amplia y proponer prácticas de reforestación, conservación o uso adecuado de prácticas agrícolas para no dañar severamente el suelo; también para los planes de ordenamiento territorial, concluyó el investigador.