En México, los huertos familiares tienen registro de más de 11 mil años de antigüedad; se trata del agroecosistema con la mayor diversidad biológica de especies de flora y fauna. Científicos universitarios descubrieron que, por ejemplo, en tan solo uno puede haber hasta 500 especies de plantas y animales.
Son laboratorios donde se realizan procesos de selección, mejoramiento y domesticación de numerosas especies que desempeñan un papel fundamental ante la crisis ambiental que enfrenta el planeta. Además, muestran la organización, patrones y normas sociales y culturales; al mismo tiempo son elementos clave para la seguridad y autosuficiencia alimentaria de la población.
Para reconocer su importancia, documentar y registrar su presencia, un equipo interinstitucional encabezado por María de Jesús Ordóñez Díaz, del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM, desarrolla el Atlas Biocultural de Huertos Familiares en México.
En el mundo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura señala que la agricultura familiar es practicada por 1.5 mil millones de personas que trabajan en granjas de tamaño reducido, con superficies menores a dos hectáreas; 370 millones de los pequeños productores son indígenas; mantienen aproximadamente 200 diferentes sistemas de producción tradicionales; producen 70 por ciento de los alimentos del mundo; cubren a dos mil millones de personas; salvaguardan la biodiversidad agrícola; y mantienen redes territoriales, culturas, economías y mercados tanto locales como regionales.
Destaca que esa práctica se realiza en 12 por ciento de la superficie de la tierra cultivable del planeta; es la forma predominante de labranza ligada a la seguridad alimentaria mundial indispensable para erradicar el hambre, conservar el medio ambiente y alcanzar el desarrollo sostenible.
Para el caso mexicano, esos espacios, además, representan hasta 30 por ciento del ingreso familiar, según lo encontrado por el equipo de investigación encabezado por la UNAM.
Riqueza biocultural
En un huerto puede haber plantas silvestres, en proceso de domesticación, domesticadas y otras que son imposibles de reproducir sin la mano humana. Son alimenticias, medicinales, aromáticas, ornamentales y hasta ceremoniales.
Entre los mayas es tan peculiar la estructura y composición de cada uno “que se puede identificar a qué familia pertenece”; cuando se casa, la madre regala a su hija un paquete de simientes (semillas), junto con las recetas y remedios que se utilizan para curar el estómago, el empacho o el “susto”, relató la coordinadora del Atlas.
Son sitios de riqueza cultural, donde se muestran costumbres y tradiciones, incluso son sagrados: en diversos lugares las mujeres que dan a luz ahí entierran los ombligos de los recién nacidos y siembran una planta. Una señora de Xoxocotla, Morelos, dijo: “le voy a poner un mezquite, para que mi hijo sea correoso, fuerte y los vientos no me lo derriben; que sepa hacer frente a los ‘volteones’ de la vida”.
En los últimos meses integrantes del equipo de investigación evaluaron el efecto de la pandemia en las familias que tienen huerto y las que no, y la diferencia es “impresionante”. Las primeras tienen un espacio para descargar su frustración, enojo y miedo, abrazando a los árboles o sembrando, para entrar “limpios” de malos sentimientos a sus casas, y cuando se les acabó el dinero, renovaron el trueque; las segundas sólo descargaron su ansiedad en otros integrantes del hogar, detalló la experta.